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Río 2016: ¿Y ahora qué?

© Pau Iglesias

Cuando una ciudad es elegida sede olímpica, ciudad que debe ser ejemplo de valores de transformación humana, evolución urbanística y de respeto con el medio ambiente, todos los aspectos sociales, institucionales y técnicos deben ir de la mano. Es mucha la responsabilidad social, como para no pensar y actuar en beneficio de los ciudadanos.

Casi dos años después de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, la mayor parte de las instalaciones olímpicas están cerradas y deterioradas, espacios abiertos que tenían que transformarse en grandes parques públicos no funcionan, la segunda área de ocio más grande de la ciudad está cerrada y las piscinas olímpicas donde Phelps nadó, están abandonadas y criando mosquitos. La frustrada descontaminación de la Baía de Guanabara, las obras de saneamiento y recuperación de las "lagoas" de la Barra da Tijuca y del Jacarepaguá, que se han quedado a la mitad, la supervivencia de sólo uno de los nueve proyectos ambientales presentados al Plan de Políticas Públicas, algunas obras de metro paradas, pocas líneas de VLT (tranvía) ejecutadas, carriles bici mal construidos que de vez en cuando se llevan las olas junto con vidas humanas, son algunas de las realidades actuales en la ciudad carioca. Con este triste panorama abrimos el presente artículo.

En la mayoría de arquitectos, entiendo que, tanto en Cataluña como en Brasil, nos apasiona trabajar en la mejora de los espacios públicos, en la evolución del confort en las edificaciones y en la conexión eficaz de las infraestructuras urbanas. Me atrevería a decir que lo tenemos en el ADN profesional. ¿Qué pasa entonces cuando, en un caso concreto, estos valores no acaban de materializarse en una mejora de los equipamientos para los ciudadanos? ¿Dónde radica el error? ¿Será que los arquitectos no hemos analizado bien el presente urbano y las necesidades de futuro? ¿O la negligencia radica en otras manos más administrativas?

Me es inevitable pensar en el caso de Barcelona '92. ¿Qué pasó para que una ciudad poco conocida en todo el mundo acabara siendo referencia internacional, a pesar de su "pequeña" dimensión? ¿Qué hizo que hubiera un "antes" y un "después"? ¡Todo encajó! Desde un gran entendimiento institucional, a una gran actuación urbanística y una gran inversión económica (como ocurre en todas las sedes olímpicas, entendida como una "inversión de futuro"). Actuaciones como los 35 km de anillos viarios, reduciendo el tráfico interno cuando, antes, las calles Valencia y Aragón parecían carreteras, y la rehabilitación de la Ronda Litoral con playas inéditas donde antes había tren e industrias, son claros ejemplos de esta transformación. Pero yo creo que, además, uno de los puntos fuertes de este éxito fue la gran excitación y participación ciudadana. Cuando todo un pueblo está impregnado de esta energía constructiva, no hay obstáculo que lo detenga.

Si realmente es aquí donde radica uno de los pilares del éxito para que una ciudad se regenere constructivamente, nos damos cuenta de que en Brasil se hubiera tenido que invertir en proyectos y actuaciones sociales, y hacer un análisis exhaustivo de los tejidos urbanos y de sus identidades, antes de actuar. Es evidente que en los Juegos Olímpicos de Río también hubo mucha excitación y participación ciudadana, pero alguna pieza nos falta. Quizás esta pieza tiene carácter administrativo con un exceso de ideas utópicas generadas por estudios europeos aplicadas a una realidad en que el inmediato tiene preferencia sobre el perdurable. El ejemplo de la Arena do Futuro, construida con estructuras prefabricadas, que debería transformarse en cuatro escuelas para barrios pobres y que todavía no se ha transformado, nos puede dar pistas de qué piezas nos hemos dejado por el camino.

Debemos entender que, como arquitectos catalanes, nuestra actuación en Brasil debe adaptarse a una realidad social mucho más compleja que la nuestra. Proyectos que en Europa funcionan a la perfección, en Brasil se quedan huérfanos, por falta de gestión y planificación. Debemos agudizar nuestros sentidos profesionales, entendiendo la situación y ofreciendo soluciones más sociales que técnicas. Ante la evidencia de que las clases ricas y las pobres están cada vez más desconectadas, siempre será positivo que nuestra actuación ayude a disminuir esta distancia, aunque sea con un pequeño gesto arquitectónico, como la supresión de barreras tanto arquitectónicas como urbanísticas.

No puedo ocultar que la realidad brasileña es difícil, con todos sus problemas sociales, políticos y económicos, pero el carácter positivo y alegre de los brasileños, me hace soñar en que algún día este país evolucionará socialmente con menos diferencias entre clases sociales y con partidos políticos valientes que no les de miedo invertir sabiamente en beneficio de todos los ciudadanos y no de una minoría.

En el 2020, todos los brasileños y los que vivimos aquí, en Brasil, tenemos otra oportunidad con la nominación de Río de Janeiro como Capital Mundial de la Arquitectura por el Consejo de la Unión Internacional de los Arquitectos (UIA), tal y como anunciaba ya nuestro corresponsal del COAC, Carlos Arribas. ¿Qué debemos hacer para que haya un "antes" y un "después"? Que los errores sirvan para aprender y que las responsabilidades sean aplicadas con valores de respeto, conocimiento y evolución tanto urbana, ambiental como humana.

Pau Iglesias, arquitecto. Corresponsal del COAC en Passo Fundo, Brasil

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